El mundo del fútbol amaneció devastado esta mañana. Hace apenas media hora, la familia de Alejandro “El Mago” Duarte —el deslumbrante mediapunta que cautivó a millones con su arte en la cancha— recibió la llamada que habían temido durante meses. Tras una prolongada batalla contra una rara y misteriosa enfermedad, la lucha de Duarte llegó a su fin en un hospital privado de Nueva York.
Con él, se cerró para siempre un capítulo de oro en la historia del fútbol. Para sus fanáticos, compañeros e incluso rivales, su partida se siente como la extinción de una llama que iluminó estadios de todo el mundo.
Una carrera brillante que desafió las barreras
Nacido en Rosario, Argentina, Duarte surgió de las polvorientas canchas de barrio para dominar el escenario mundial. Apodado El Mago, fue reconocido por su visión excepcional, sus regates elásticos y sus pases que parecían seguir las leyes de la física.
Los hitos de su carrera están grabados en la memoria:
Llevó a Argentina a la gloria de la Copa América con un tiro libre en el último minuto que aún se graba en los mejores momentos.
Guió al Barcelona a través de una época dorada, orquestando ataques con una elegancia que lo comparaba con Mozart componiendo sinfonías.
Ganó dos Balones de Oro, no solo por goles o asistencias, sino por redefinir cómo la belleza misma podía existir en el deporte.
Como muchas estrellas, Duarte nunca se basó en la velocidad ni en la fuerza bruta. En cambio, cautivó a los espectadores con su creatividad, previsibilidad y alegría: cualidades que lo convirtieron no solo en un campeón, sino en un artista amado del fútbol.
El misterio de su enfermedad
Durante años tras su retiro, Duarte pareció invisible. Participó en partidos benéficos, entrenó academias juveniles y viajó por el mundo como embajador global del fútbol. Discretamente, algo cambió.
Informes sobre fatiga explicada, reinfecciones y pérdida de peso repentina se filtraron a la prensa. Duarte se retiró de los eventos públicos, alimentando la especulación. Cuando finalmente se reveló que le habían diagnosticado una rara enfermedad autoinmune, las fuerzas armadas lo apoyaron con vigilias, murales y hashtags que exigían fuerza para su héroe.
Sin embargo, la enfermedad desafiaba el tratamiento. Ni siquiera los mejores especialistas de Nueva York pudieron detener su avance. Durante meses, Duarte sobrevivió a hospitalizaciones, interrumpidas por recuperaciones fugaces. Hasta hoy, la esperanza persistía. Esa esperanza ahora ha sido reemplazada por el dolor. El dolor de la familia
En un breve comunicado emitido minutos después de la llamada al hospital, la familia Duarte declaró:
“Alejandro era más que un futbolista; era padre, esposo y amigo, cuya risa llenaba cada habitación. Su valentía durante estos meses nos inspiró a todos. Pedimos privacidad mientras lloramos a quien lo significó todo para nosotros”.

Detrás de esas palabras se esconde un dolor indescriptible. Duarte deja a su esposa, dos hijos y una extensa familia internacional de padres. Para ellos, la pérdida no es abstracta. Es una noticia impactante y devastadora.
Reacción global: Luto transfronterizo
La noticia del fallecimiento de Duarte se extendió como la pólvora. En cuestión de una hora, las redes sociales se tiñeron de blanco y negro con fotos de su icónica camiseta del 10 de marzo. En el Camp Nou del Barcelona, cientos de famosos se reunieron esporádicamente, encendiendo velas y cantando en su honor.
Líderes mundiales, atletas y celebridades le rindieron homenaje. Un árbitro rival de Brasil comentó: «Jugar contra Duarte era como perseguir una sombra. Hoy esa sombra se ha ido, pero la magia permanece». La FIFA ya ha impuesto un silencio global antes de todos los próximos partidos.
Más allá del fútbol: El mapa detrás de la magia
Lo que hizo a Duarte tan querido no fue solo su historia, sino su humanidad. Nunca olvidó sus humildes raíces y fundó academias de fútbol para jóvenes desfavorecidos en toda Sudamérica. Es famoso por haber dicho:

“Una historia no sirve de nada si no da esperanza a nadie”.
Quienes lo conocieron personalmente lo describen como una persona con calidez y humor, que amaba la comida callejera más que la comida rápida y que jamás se negó a una selfie con un amigo. Su legado, por lo tanto, no se limita a trofeos, sino que se entrelaza con las vidas de quienes lo rodearon.
La lección más amplia: la mortalidad de los héroes
La muerte de Duarte nos obliga a aceptar una verdad reconfortante: todas las leyendas son mortales. Las celebridades suelen ver a los atletas como semidioses inalcanzables, congelados en la eterna juventud. Sin embargo, tras las medallas y las luces del estadio se esconde una fragilidad humana.
Expertos médicos sugieren que la rara enfermedad de Duarte podría recibir una mayor atención investigativa, impulsada por la atención mundial. En ese sentido, su muerte podría impulsar avances que salven vidas futuras: una asistencia definitiva de un mediapunta que nunca dejó de dar.
La economía del legado
La muerte de Duarte también repercutirá en el ámbito comercial del fútbol. Sus derechos de imagen, documentales y autobiografías ya estaban en demanda; ahora aumentarán. Pero más allá de la economía, hay algo más profundo: la cuestión de cómo el deporte preserva sus leyendas.
Algunos argumentan que la obsesión del fútbol por la próxima estrella a menudo borra a quienes allanaron el camino. La pasión de Duarte puede recordar a famosos e instituciones por igual que la historia merece ser recordada.